VINO NUEVO EN ODRES NUEVOS
Rayén Carvajal L.
Renaciendo a los 31
(Lo
Barnechea, 1987)
“Aquí y ahora estoy
un poco ansiosa
de ser considerada.
Aquí y ahora siento
que me voy desencajando
para después, tal vez,
volver a encajarme.
Aquí y ahora
el aire suena a
Los Beatles que
dicen ‘déjalo ser’.
Aquí y ahora,
sin palomas, ni violines,
ni metrallas
alguien pisa mis pies
y me agrada.
Aquí y ahora
Siento el contacto
de otra piel
en mi piel
y muchas voces
cantando el cumpleaños feliz.
Aquí y ahora
alguien está a punto
de llorar y de estallar.
Ojalá sea yo.
Aquí y ahora
sencillamente estoy
y me alegro por eso”
un poco ansiosa
de ser considerada.
Aquí y ahora siento
que me voy desencajando
para después, tal vez,
volver a encajarme.
Aquí y ahora
el aire suena a
Los Beatles que
dicen ‘déjalo ser’.
Aquí y ahora,
sin palomas, ni violines,
ni metrallas
alguien pisa mis pies
y me agrada.
Aquí y ahora
Siento el contacto
de otra piel
en mi piel
y muchas voces
cantando el cumpleaños feliz.
Aquí y ahora
alguien está a punto
de llorar y de estallar.
Ojalá sea yo.
Aquí y ahora
sencillamente estoy
y me alegro por eso”
Este breve relato con semblante
de poesía refleja el inicio de un nuevo camino hacia mi utopía, del cambio
radical que gatilló el quiebre existencial de mi vida a los 30. La Psicología
Humanística hacía recién su aparición entre los profesores chilenos a través de
la figura de Patricio Varas Santander, un profesor de filosofía que
tempranamente visualizó el tremendo potencial que este enfoque era capaz de
aportar a la educación chilena. Con el apoyo del Centro de Perfeccionamiento,
Experimentación e Investigaciones Pedagógicas, Pato Varas logró convocar a cientos
de profesores para formarse como facilitadores grupales de Desarrollo Personal.
En las dependencias del CPEIP, en la Escuela El Tránsito de Paine, en un
camping de Quebrada Alvarado en la Quinta Región, y en tantos otros lugares a
lo largo del País, nos congregamos una y otra vez los profesores que soñábamos
un mundo distinto.
Sentados o acostados en
colchonetas -sin la estructura típica de la clase con sillas y mirando al
profesor-, la libertad con una cara distinta comienza a develarse para mí. Podíamos
ser como éramos, sin caretas, sin clichés. La propuesta nos invitaba a poner atención
en nuestro cuerpo, en sus urgencias y mensajes; a explorar el mundo con todos
nuestros sentidos y no sólo con la vista y el oído; a hablar directamente y
mirándonos a los ojos; a expresar nuestras emociones y sentimientos; a
enfrentar nuestro cuerpo y nuestro ser disgregados, y a pegar uno a uno nuestros
pedacitos. Todo eso y mucho más significó para mí un verdadero ‘renacer’.
Constituyeron piezas clave en
este nuevo derrotero los principios de la Psicología Humanística de W. Schutz (1973):
“confiar en el ser humano y en su
capacidad de autodirección constructiva”; “dar más importancia al potencial de la persona que
a sus limitaciones”; “subrayar
la responsabilidad personal por sobre un determinismo fatalista”; “explorar la naturaleza del hombre como
positiva y tendiente a valores”. Estos principios se fueron convirtiendo
para mí en tareas ineludibles de la trasformación del mundo que en mi trabajo
docente debía abordar, ahora desde el encuentro y la convivencia. Su valoración
y la búsqueda de congruencia entre mis anhelos y lo que hago para alcanzarlos,
entre mi pensar-decir, mi sentir y mi actuar, generaron también un cambio
radical en mi modelo de ser humano. En la génesis de este cambio surgen elementos
que estaban ausentes en mi quimera original, y que van dando sustancia a mi
nuevo modo de leer la utopía. La recuperación de mi corporalidad como
cuerpo-presencia-en-el-mundo; el desarrollo de mi conciencia; la apertura de
mis sentidos y el conocimiento y aceptación de mis sensaciones y emociones,
configuraron esta posición desde la cual la caminata se iba haciendo cada vez
más amable.
En este nuevo estilo de vida, los
afectos iban tomando un lugar central y el rol del profesor transitaba
rápidamente en mi cabeza-corazón desde una relación estudiante-autoridad hacia
una relación de horizontalidad simbolizada en la metáfora del Espejo Cálido. La disciplina de
Desarrollo Personal invitaba a los profesores a explorar el quehacer de un
facilitador, quien -a diferencia de un profesor tradicional- acompaña el
proceso de transformación del estudiante; camina a su lado, pero no lo conduce;
respeta su desorden y confusión, no le impone su propio orden ni su propia
lógica; aprende de él, no le enseña, sino que le invita a encontrar sus propias
respuestas.
El concepto ‘Relación de
Ayuda’ en Carl Rogers (1986) me permitió comprender mejor esta forma –nueva
para mí- de abordar la interacción profesor-alumno. Para Rogers (1986), una
relación de ayuda es aquella en la que “al
menos una de las partes intenta promover en el otro el crecimiento, el
desarrollo, la maduración y la capacidad de funcionar mejor y afrontar la vida
de manera más adecuada”. Y tres son las condiciones necesarias para que
esta relación tenga lugar: comprensión empática, aceptación incondicional del
otro y autenticidad.
Con este ‘aventón’ conceptual de
Rogers, se hizo más clara en mí la necesidad que el estudiante tiene de ser aceptado
y entendido por su profesor y, de saber que éste le acepta y le entiende. La
necesidad, también, de que su profesor se relacione auténticamente con él.
Habiendo comprendido esto, la metáfora del espejo cálido se hizo más clara en
mi entendimiento; y paralelamente, en los talleres de Desarrollo Personal y en la
sala de clases, iba yo pudiendo apreciar, desde lo experiencial, cómo operaba en
lo concreto esta ‘Relación de Ayuda’, este ‘acompañamiento’, este ‘encuentro’
entre un acompañado y su acompañante, entre un profesor y un estudiante.
En el terreno de la
autenticidad, el ejercicio de mostrarme ‘tal cual soy’ ante mis estudiantes iba
abriendo en mí la comprensión profunda del rol central que los afectos tenían en
esta nueva forma de concebir la interacción humana y, en consecuencia, en la
relación entre un profesor y un estudiante. La calidez y la ternura se asentaron
en mi vida profesional y de allí en adelante puedo describir mi relación con
los estudiantes como una interacción aportadora de una mayor plenitud y
satisfacción para mí, y creo que también, para mis estudiantes. Y es que, en el
terreno concreto de la convivencia humana, es la vivencia de la ternura la que permite
instalar en nosotros la posibilidad de comunicarnos positivamente con el mundo,
a pesar del impacto que la conciencia adulta de nuestras diferencias pueda
tener en dicha convivencia. Así, cuando
en mis eventos cotidianos puedo sentir ternura, todo se me presenta en armonía;
todo está en paz, y yo también como parte de ese todo.
Rayen, de tu escrito y parte de la historia con Patricio Varas, me quedo con esto de la autenticidad. Y qué el nos enseño como esta surge no solo del "ruido mental" sino de la integración "cuerpo, mente y alma".
ResponderBorrarY la contradicción social, mientras Pato logra participar en la reforma educacional finales de la dictadura, en la reforma siguiente es absolutamente omitido, con la aparición de los "técnicos de la educación".
Gracias, por tu escrito, gracias, gracias creo que el Pato esta feliz contigo.